Ayer por la tarde mi gata llamada El Gato se metió presa a si misma en la terraza del vecino de arriba. Lloró toda la noche, despertó a media cuadra, o al menos los dos apartamentos habitados de mi edificio... Mi hijo de dos años habló en medio del sueño: "Mi gato loco está llorando, el gato que me trajo mi papi se perdió y no sabe regresar y está llorando..."
Por la mañana llamé al vecino de arriba (solo pasa por aca unas cuantas veces al año) y le pedí permiso para irrumpir en su propiedad volándome por la azotea... La gata El Gato quedó libre. Al regresar devoró desesperadamente los huesos que le había guardado, revisó por completa la casa, por si faltaba algun escondite, y se quedó conforme en su prisión habitual.
Lo grande es que ella, con su aventura, liberó a mi compadre que, pocas horas antes que ella, cayó preso víctima de una falsa y reincidente acusación de algunos vecinos canallas, y amaneció en la pocilga de la Máximo Gómez. Unas horas después que la gata, mi compadre quedó libre, apestoso, pero libre, luego de un paseo esposado a Ciudad Nueva con excursión al "Área de los detenidos" de la últina planta. Pasé el infierno de K. en el Palacio de Injusticia, de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, como un yo-yo, ante la realidad que revienta putrefacta.
Que grande es la libertad.
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